viernes, 25 de febrero de 2011

EL GOBIERNO DEL PRESIDENTE SALVADOR ALLENDE


EL GOBIERNO DEL PRESIDENTE SALVADOR ALLENDE

El 11 de septiembre de 1973 las Fuerzas Armadas de Chile, dirigidas por Augusto Pinochet, José Toribio Merino, Gustavo Leigh y César Mendoza, bombardearon el palacio de La Moneda y llevaron a la muerte al presidente constitucional Dr Salvador Allende. Se dio inicio a una dictadura que duró 17 años. En este proceso la derecha participó activamente, ora ejerciendo cargos en el gobierno, ora recibiendo los frutos de la instalación del modelo neoliberal concentrador de la riqueza. La identidad entre la derecha y los militares fue total.

El 4 de septiembre de 1970 la clase trabajadora chilena y su expresión política, la Unidad Popular, alcanzaron una histórica victoria. El triunfo del Presidente Allende en las elecciones fue celebrado por miles de personas en las calles de todo el país sin la más mínima muestra de violencia.

El gobierno de la Unidad Popular fue la puesta en práctica del gran proyecto emancipador de la modernidad. La construcción de una sociedad establecida sobre fundamentos racionales que venía anunciando la tradición del iluminismo desde Rosseau/Diderot/ Holbach con su coronación en el pensamiento de Marx. Fue el gran asalto al cielo de la clase trabajadora chilena, el desenvolvimiento histórico de la soberanía popular llevado a su más radical expresión. El optimismo histórico de Condorcet y Hegel se encarnó en Chile en la voluntad revolucionaria de millones de trabajadores. El hombre no sujeto a otro imperativo que no fuera la razón construyendo una nueva sociedad y un nuevo hombre. La razón universal y la razón técnica como una sola flecha lanzada al horizonte.

Se dice que la modernidad ha vivido una contradicción desgarradora entre su ideal emancipatorio y sus afanes "normalizadores", "disciplinarios" según el argot foucoltiano. La "dialéctica de la ilustración" tan lúcidamente descrita por Adorno y Horkhaimer. Detrás de la objetividad de la razón (la tradición gnoselógica que va de Platón a Marx) se esconde, según Gianni Vattimo, una voluntad totalitaria; quien tiene la verdad objetiva no resistirá la tentación de querer imponerla. Sin embargo, el gobierno popular llevó adelante su programa sin recurrir a la imposición violenta de ninguna de sus ideas. No hay presos políticos, no torturas ni desapariciones forzadas de opositores, nadie es obligado al exilio, se respeta la libertad de expresión y las instituciones republicanas. La ausencia de coacción en el desarrollo del proyecto revolucionario es precisamente el elemento que transforma al gobierno de Allende en una experiencia revolucionaria única durante el siglo XX. Si lo radical es ir a las raíces, la voluntad consciente y no coaccionada de una sociedad por descontruirse y construirse a sí misma pacífica y racionalmente, transforma a la experiencia allendista en la más radical puesta en práctica durante la modernidad del siglo XX.


Allende lo expresó con toda claridad en los albores de la experiencia, el 21 de mayo de 1971 ante el Congreso pleno señaló:

"Tal es la esperanza de construir un mundo que supere la división entre ricos y pobres. Y en nuestro caso, edificar una sociedad en que se proscriba la guerra de unos contra otros en la competencia económica, en la que no tenga sentido la lucha por privilegios profesionales, ni la indiferencia hacia el destino ajeno que convierta a los poderosos en extorsión de los débiles. "Pocas veces los hombres necesitaron tanto como ahora de fe en sí mismos y en su capacidad de rehacer el mundo, de renovar la vida. Este es un tiempo inverosímil, que prevé los medios de realizar las utopías más generosas del pasado... Este es el ideal socialista".


La conciencia de estar emprendiendo un camino nuevo en la construcción de una nueva sociedad esta también en el mismo discurso, cuando expresa: .


"... estoy seguro de que tendremos la energía y la capacidad necesarias para llevar adelante nuestro esfuerzo, modelando la primera sociedad socialista edificada según el modelo democrático, pluralista, libertario. "Los escépticos y los catastrofistas dirán que no es posible. Dirán que un parlamento que tan bien sirvió a las clases dominantes es incapaz de transfigurarse para llegar a ser el parlamento del pueblo chileno. Aún más, enfáticamente han dicho que las Fuerzas Armadas y Carabineros, hasta ahora sostén del orden institucional que superaremos, no aceptarían garantizar la voluntad popular decidida a edificar el socialismo en nuestro país. Olvidan la conciencia patriótica de nuestras Fuerzas Armadas y de Carabineros, su tradición profesional y su sometimiento al poder civil".
La suerte estaba echada, se inició la marcha hacia el socialismo en democracia y libertad, el destino de la patria y de millones de chilenos quedaba garantizado por la tradición profesional de nuestras Fuerzas Armadas. Hay quienes al interior de la izquierda, entre ellos el Partido Socialista, previeron los riesgos del camino emprendido. Los clásicos del socialismo, Marx, Engels y Lenin habían descrito de manera reiterada la imposibilidad de la transición pacífica del capitalismo al socialismo, lo cual se había visto ratificado por toda la experiencia histórica disponible. La propia modernidad democrática occidental había llegado luego de que rodara la cabeza de Luis XVI. Saint-just lo había dicho con toda claridad "los que hacen revoluciones a medias cavan su propia tumba".


Allende trató de evitar los costos de un enfrentamiento social revolucionario. Percibía claramente que por una parte los costos humanos y materiales hipotecaban la vida de generaciones de chilenos y que por otra el estado revolucionario triunfante, dadas las propias condiciones de su aparición tendría una impronta autoritaria inevitable. Sostuvo en innumerables ocasiones que si los resultados electorales le eran adversos, pues se abandonaba el gobierno, el poder sólo se podía ejercer por mandato democrático expreso.


La interrogante estaba planteada, ¿estarían las clases dominantes y el imperio norteamericano dispuestos a aceptar pacíficamente que se construyera una nueva sociedad sin privilegiados, un Chile dueño de sus riquezas naturales e independiente en lo político, que pusiera por delante al ser humano en reemplazo del dios dinero? La respuesta quedó escrita con letras de sangre en nuestra historia. Tan pronto pudieron desataron la masacre.


El golpe militar del 73 no fue un cuartelazo más en América Latina, sino un golpe al corazón mismo del humanismo. Fue un garrotazo en pleno centro de las posibilidades del ser humano de definir democráticamente la sociedad en que se quiere vivir. Porque era una revolución de verdad no bastaba con matar al presidente. No fue sólo un golpe militar contra un gobierno, sino también, y principalmente, una operación de exterminio contra obreros y campesinos y sus representaciones políticas más significativas. Un examen simple de los datos condensados que entregó el Informe Rettig sobre el total de la dictadura así lo demuestra, a saber: MUERTOS: Según actividad laboral Obreros y campesinos 1.108, 34,7 % Estudiantes 391, 12,2 % Empleados privados y públicos 332, 10,4 % Profesionales 272, 8,5 % Técnicos 75, 2,3 % Agricultores 70, 2,2 % Empresarios 9, 0,3 % Comerciantes 154, 4,8 % FF.AA. y policías 173, 5,4 % Dueñas de casa 47, 1,5 % Jubilados o pensionados 26, 0,8 % Otras actividades 338, 10,6 % Cesantes y trabajadores ocasionales 45, 1,4 % Sin información 157, 4,9 % Víctimas declaradas por el Estado y su vinculación política según información de los denunciantes. Partido Socialista 482, 15,08 % Movimiento de Izquierda Revolucionaria 440, 13,76 % Partido Comunista 427, 13,36 % Movimiento de Acción Popular Unitaria MAPU y MAPU-OC 36, 1,13 % Frente Patriótico Manuel Rodríguez 22, 0,69 % Partido Radical 17 0,53 %


Estas cifras aumentaron sustantivamente en informes posteriores aunque manteniendo las proporciones estamentales señaladas. Es de hacer notar que ninguna cifra oficial contiene la verdadera dimensión cuantitativa de los crímenes de la dictadura, pues muchos de ellos nunca llegaron a tribunales, bien porque no había quien reclamara o por temor a sufrir represalias.


Pero los obreros y militantes de izquierda no tuvieron la exclusividad del martirio. El sacerdote católico catalán Joan Alsina fue asesinado a tiros por una patrulla militar y su cadáver lanzado al río Mapocho. El sacerdote Michael Woodward murió bajo torturas en Valparaíso. Antonio Llidó, otro sacerdote continúa detenido-desaparecido. Gerardo Poblete, sacerdote salesiano, murió por torturas y Andrè Jarlan murió de un disparo de Carabineros mientras leía la Biblia en su parroquia. Así mataban los autodenominados defensores de la civilización cristiano occidental a los propios representantes de la Iglesia Católica. La dialéctica entre razón y fe ha sido siempre problemática. La Iglesia Católica que habitualmente se muestra confrontada con los procesos revolucionarios vivió en Chile una situación absolutamente distinta. Si bien inicialmente miró con distancia y desconfianza la candidatura allendista y se inclinó abiertamente por Radomiro Tomic, luego de iniciado el proceso y ante el clima de absoluta libertad que se vivía adoptó una actitud cuando menos comprensiva ante los cambios en curso. Es muy conocida la imagen en la que el Presidente Allende hace uso de la palabra durante un acto de la Central Unica de Trabajadores el Primero de Mayo de 1971. En la presidencia, colmada de dirigentes sindicales y revolucionarios, se encuentra el cardenal Raúl Silva Henríquez.


Las masacres, como la vivida en Chile, quedan grabadas en el inconsciente colectivo por muchas generaciones. El miedo, como lo describió tan agudamente Maquiavelo, es un formidable instrumento de acción política. Cada vez que las clases dominantes restablecen el orden quebrantado desatan matanzas que no se explican simplemente por las necesidades inmediatas de la contienda, se trata de dar escarmiento. Este miedo se ha mantenido en algunos casos hasta después de llegada la democracia, dado el importante poder que en ella mantienen los militares y los empresarios y de las múltiples muestras de temor que frente a aquéllos han manifestado los gobiernos democráticos. No deja de ser significativo ver como el gobierno del Presidente Eduardo Frei Ruiz-Tagle se jugó entero y exitosamente por evitar que el general Pinochet fuera enjuiciado en Madrid por el juez Baltazar Garzón. No se necesitaba ser muy suspicaz para percibir que en la construcción de dicha voluntad política el temor fue un componente importante. La seducción de ocupar un lugar en el establishmen de nuestra sociedad hace su aporte también a la nueva forma de mirar las cosas.


El gobierno del Presidente Allende fue una experiencia tan monumental que no ha podido ser aplastada por medio alguno. Luego del golpe militar y continuando una concatenación conocida, al crimen le siguió la mentira. Inicialmente se trató de denigrar al Presidente Allende. Se le presentó como un depravado sibarita entregado al alcohol y al libertinaje sexual más desenfrenado. Esta invectiva mendaz no podía mantenerse durante mucho tiempo. Chile conocía a Allende. Tenía más de 40 años de vida pública en los que había sido dirigente universitario, del Colegio Médico, diputado, ministro de Salud, Secretario General del Partido Socialista, Presidente del Senado. Muchas leyes de indudable contenido progresista habían sido impulsadas por él, desde el pre y posnatal hasta la nacionalización del cobre.


Se propaló que la Unidad Popular planeaba un sangriento autogolpe, un Yakarta comunista, el Plan Z. Este tendría como objetivo asesinar a miles de oficiales de las Fuerzas Armadas y opositores junto a sus familias para instalar una dictadura totalitaria. Esto se fue diluyendo en el tiempo hasta ser completamente olvidado por la propaganda dictatorial. Federico Whillougby, vocero de la dictadura en sus primeros tiempos y muy probablemente agente de la CIA, reconoce en nuestros días que el Plan Z fue un invento en el marco de la guerra sicológica.


Aún en los tiempos del individualismo nihilista más feroz en que vivimos, en el que nos han sumido los neoliberales y sus administradores, hay sectores significativos de la juventud que empiezan a mirar al pasado reciente, ellos se preguntan: ¿qué pasó?, ¿qué fue la Unidad Popular?, ¿quién fue Salvador Allende?, ¿por qué lo mataron?, ¿por qué mataron a miles?, ¿por qué las torturas?, ¿el exilio?, ¿los años de prisión?.


A pesar de tener el control absoluto de casi todos los medios de comunicación la derecha no ha podido detener esta avalancha de interrogantes. La impostura histórica debe entonces refinarse. Hay que reconocer algo y tergiversar el resto. Ya no es posible volver a las mentiras burdas de la primera hora. Se dice ahora que Salvador Allende era un idealista. No tenía malas intenciones, reconocen con hipocresía, para luego agregar que su gobierno y sus ideas eran tan ineficientes y estrafalarias que terminaron por llevar al país al caos total, el camino al infierno empedrado de buenas intenciones. Una lección para las nuevas generaciones, el camino de la utopía, siempre termina en forma trágica. La revolución chilena, debe quedar aplastada, olvidada, vilipendiada como una noche de locura.

Pero la historia es otra. El proceso político chileno encabezado por la Unidad Popular se puede llamar con toda propiedad: la revolución chilena. En un sentido estricto lo que caracteriza a una revolución no son sus métodos, que más bien emanan de la dinámica propia del proceso, sino la voluntad de las clases sociales emergentes por hacer cambios radicales en las estructuras sociales y políticas de una sociedad. Este gigantesco proceso social y político se correspondía con lo que en un sentido hegeliano podríamos llamar el sentido de la historia; un momento ascendente en el desarrollo de la libertad.

Y si esta historia es hoy objeto de tantos estudios y disputas es precisamente porque la desigualdad, la concentración de la riqueza, la pobreza, la enajenación, el saqueo de nuestras riquezas naturales, nuestras estructuras económicas y políticas dependientes, siguen existiendo y quizás hoy con más crudeza que ayer. Porque el presente está preñado de contradicciones sociales, el sistema debe alterar el pasado. El fantasma de que Chile fue en algún momento un país distinto, aunque sólo fuera por 1.000 días ronda en el Olimpo del poder. Eduardo Galeano nos da una imagen literaria muy certera sobre la importancia que para el transitoriamente vencedor tiene ahogar los recuerdos del vencido. En su texto "El libro de los abrazos" se lee: "Los indios shuar, los llamados jíbaros, cortan la cabeza del vencido. La cortan y la reducen, hasta que cabe en un puño, para que el vencido no resucite. Pero el vencido no está del todo vencido hasta que le cierran la boca. Por eso le cosen los labios con una fibra que jamás se pudre".


El contenido esencial del proceso revolucionario encabezado por el Presidente Allende y la Unidad Popular está dado por el hecho de que es la clase trabajadora la que se hace del gobierno en la perspectiva de construir una nueva sociedad y un nuevo tipo de ser humano. La Unidad Popular llegó al gobierno para modernizar Chile, para abrir paso a una sociedad superior se requería de cambios estructurales en la economía que en lo fundamental se expresaban en la reforma agraria, la creación de un área social de la economía y la nacionalización del cobre. Esta última medida materializada el 14 de julio de 1971 confrontó directamente nuestra soberanía como país con los intereses coloniales del imperio norteamericano. Esta medida patriótica había venido siendo anunciada desde muchos años por la izquierda chilena y es ella la que explica la intervención norteamericana en Chile por sobre cualquier otra circunstancia. El enemigo principal de la revolución chilena fue el imperio norteamericano.


A partir del 4 de septiembre de 1970 empezó a despuntar en Chile una nueva sociedad. Esto se expresó no sólo en el sentido de las medidas políticas y económicas adoptadas en beneficio de los trabajadores, sino también que por primera vez en la historia obreros fueran ministros. Mineros y estudiantes llegaban al Parlamento, trabajadores asumían como interventores en grandes industrias, era el pueblo en el poder. La producción industrial aumentó en 1971 –antes que el sabotaje americano se desatara– en un 17 %. Miles de trabajadores y/o militantes de izquierda tuvieron a su disposición los gigantescos recursos del Estado y de todas las empresas expropiadas, pero no hubo corrupción alguna, ni una sola persona con responsabilidades de alguna significaciòn fue procesada o condenada por hechos de esta naturaleza. El campesino hasta ayer sumiso y explotado emergía a la historia con sus organizaciones sindicales. La clase en sí se transformaba en clase para sí.

La nueva situación creada por el gobierno popular produjo un profundo impacto en la super estructura ideológica de nuestra sociedad. Se hizo evidente que el dinero no era el dios del Chile que emergía. La dignidad del trabajo y la solidaridad entre los seres humanos eran la base ética de la nueva sociedad. Millones de trabajadores y estudiantes concurrieron con a las jornadas de trabajo voluntario. La creación artística adquirió múltiples manifestaciones que se divulgaron masivamente. Desde el teatro a los gigantescos murales todo el arte floreció con energía inaudita. La música popular volvió sobre nuestras raíces y potenció el movimiento de la nueva canción chilena en que aparecieron grupos como Quilapayún, Inti Illimani, Amerindios e Illapu y cantautores como Víctor Jara, Isabel y Angel Parra, y Patricio Manns entre muchos otros. La editorial estatal Quimantú publicó a bajos precios millones de ejemplares de lo mejor de la literatura universal y de lo más avanzado del pensamiento social de aquellos años. Por televisión se daban clases de Historia de Chile. Quienes vivieron aquel tiempo aún recuerdan los minilibros Quimantú.


Era la libertad que daba un gigantesco salto adelante. La libertad que iba desde la libertad de expresión y creación artística a la libertad sexual.

La política exterior chilena se desplegó con características inéditas. Toda genuflexión con el imperio del norte cesó. Se restablecieron relaciones diplomáticas con Cuba, China y otros países socialistas. Se realizó en Chile la reunión de la UNCTAD III. Muchos latinoamericanos víctimas de las dictaduras que EEUU venía imponiendo en sus países recibieron asilo en Chile. Millones de personas se incorporaron al ejercicio directo de la democracia a través de su participación en múltiples formas de organización: sindicatos, federaciones estudiantiles, organizaciones campesinas, partidos políticos, centros de madres, juntas de vecinos, centros de padres y apoderados, juntas de abastecimientos y precios, comandos comunales, cordones industriales, etc. Todo esto creó una fuerte voluntad política en millones de chilenos en el sentido de que el cambio social revolucionario era posible.

Aunque las clases oprimidas enfrentan siempre en condiciones de inferioridad la lucha por su liberación y Chile no podía ser la excepción, fue perfectamente posible que el pueblo pudiera obtener un curso triunfante para su revolución.

La Unidad Popular encabezó un gigantesco movimiento de masas que incluyó a millones de obreros y campesinos, estudiantes y pobladores, se dice ahora Allende habría estado solo, traicionado por todos, incluso por su propio partido. Una versión que no se compadece con la realidad històrica. La magnitud de la masacre, la larga prolongación de la dictadura se explican por las dimensiones de la sublevación contra el orden establecido. Las violaciones a los derechos humanos que inicia el golpe militar ya no pueden negarse. Hay que salvar a los esbirros de ayer. Proteger a los delincuentes, encubrir, justificar crímenes tan atroces, hacer digerible una amnistía/impunidad para una sociedad, que por muy nihilista e individualista que sea, aún repugna del crimen y la tortura. Como el Plan Z ya no se sostiene, se dice ahora que en la izquierda chilena y en el Partido Socialista se habría incubado una voluntad histórica de imponer en Chile una dictadura totalitaria. Pero casi nadie recuerda que la directiva nacional del partido nacional fuè detenida y sometida a proceso por el gobierno de Eduardo Frei por su abierta incitaciòn a una dictadura militar mucho antes que la Unidad Popular llegara al gobierno. (*)

Se nos propone como imagen un país enloquecido por el fanatismo político e ideológico en que ambos bandos intentan instalar su propia dictadura. La diferencia entre víctimas y victimarios se erosiona como por arte de magia. Es un país enloquecido, ¿quién puede condenar a quién? Si todos somos culpables, nadie es culpable. Es lo que en Argentina se llamó la "teoría de los dos demonios". No es todo. Se pretende presentar a los revolucionarios chilenos de los '60 y '70 como un coro de bravucones que huyó a los primeros tiros. ¿Cómo se explica entonces el extraordinario coraje de los pocos que tenían armas aquel día gris y amargo, partiendo por Salvador Allende? ¿Cómo se explican las páginas heroicas que muchos chilenos escribieron luchando por la democracia en Nicaragua, Argentina, Portugal, El Salvador y en contra del apartheid en África? ¿Cómo se explica el arrojo de esos muchachos que luego de salidos de los campos de concentración volvían desde el exilio clandestinos a Chile a enfrentar los mortales riesgos de la lucha clandestina? Se trata de simplificar burdamente la realidad para justificar el crimen, para desprestigiar la utopía, para desalentar las nuevas generaciones. Que todo siga igual. Preocúpate de tus problemas. Este mundo no puede cambiar. Si eres algo más ilustrado lee a Fukuyama, hemos llegado al fin de la historia.

Los muchos mitos que se han dejado caer sobre el gobierno popular han tenido cierta receptividad incluso en sectores de izquierda, a este respecto Adolfo Lara, miembro del Comité Central a partir del Congreso de La Serena (1971), señala:

"Nos hemos hecho una autocrítica exagerada, somos los únicos y por eso aparecemos como los únicos culpables, así se justifican las posturas de la DC y los golpistas, en el primer gabinete de Pinochet había cinco DC que habían sido parlamentarios y ministros de Frei, no eran militantes de segundo orden".

Para aclarar con rigor histórico y veracidad la realidad de los hechos, de las posiciones y la praxis del Partido Socialista de Chile durante los días de la Unidad Popular, para precisar el papel del imperio norteamericano, de las verdaderas causas del golpe militar, la posición de la Democracia Cristiana, la relación entre el gobierno popular y el PS, las gigantescas y progresistas medidas de la Unidad Popular como son la nacionalización del cobre y la reforma agraria, y el papel protagónico de la clase trabajadora en el gobierno popular, es que se han escrito estas páginas.

Son hechos grandiosos y multifacéticos, muestra mirada pone especial atención en la inserción del Partido Socialista en ellos. En este texto se formulan algunas tesis y se refutan otras. No pretendo abarcar historiográficamente el conjunto del proceso, eso es un esfuerzo mayor que por ahora no se emprende. Solo aspiramos a establecer algunos elementos de análisis que permitan una mejor comprensión del fenómeno en su conjunto. Hay muchos hechos que son conocidos por la generación que vivió esos días, pero se hace necesario volver a relatarlos pensando en que muchos chilenos de hoy no los vivieron. Se han recogido citas directas de los protagonistas, a veces éstas son extensas y pueden quitar estilo al relato, pero se ha optado por ello para acercar al lector a los hechos mismos. Hemos recurrido a muchos y principales protagonistas de estos dramáticos y grandiosos acontecimientos, también a innumerables documentos y testimonios, ninguna afirmación se formula sin tener un sólido fundamento. Se recogen innumerables testimonios de dirigentes, especialmente socialistas, que si bien no son conocidos para el gran público jugaron un papel importante o estuvieron en lugares y momentos decisivos del periodo.

Hoy no es rentable políticamente reivindicar el papel de los que combatieron junto a Allende el 11 de septiembre, los crímenes del Ejército pocos quieren recordarlos, hay mucha gente respetable que puede dormir tranquila mientras los culpables de todo sean el Partido Socialista y Carlos Altamirano. Pero en realidad no escribo para atacar a nadie, son los hechos, los porfiados hechos.

Este es un libro sobre la revolución chilena y los millones de trabajadores manuales e intelectuales honestos que entre 1970 y 1973 nos demostraron que otro mundo es posible. Este libro habla de una revolución derrotada; no fracasada, de una hermosa revolución que no necesita pedir perdón. Una revolución que fue derrotada por el imperio más poderoso que ha existido en la historia de la humanidad.

El informe del Senado nortamericano (1975), que se ha hecho conocido como Informe Church deja constancia de que: "El 15 de septiembre el Presidente Nixon informó al director de la CIA, Richard Helms, que un gobierno allendista no era aceptable para los Estados Unidos e instruyó a la CIA para que jugara un rol directo en organizar un golpe de estado en Chile para evitar que Allende accediera a la presidencia". No pudieron evitar el ascenso del doctor Allende a la presidencia, pero sí pudieron derrocarlo y llevarlo a la muerte y desatar la masacre de la clase trabajadora chilena. Para la construcción de esta fuerte voluntad golpista fue importante el ciudadano chileno Agustín Edwards, propietario del diario El Mercurio. Edwards había trabajado años antes para la Pepsi Cola, empresa fundada con capitales de la mafia y el exilio batistiano/cubano, allí había compartido con el propio Nixon, quien había fungido como abogado de la misma. El Departamento de Estado Norteamericano (Ministerio de Relaciones Exteriores) si bien apreciaba en el futuro gobierno de Allende una administración no subordinada al imperio, que daría origen a problemas varios, no percibía la aparición de un estado soviético. Por ende la intervención debía tener límites y no debía considerar formas manifiestamente ilegales o delictuales. Por su parte la CIA (organismo norteamericano de inteligencia creado para combatir el comunismo en el mundo), fiel a su tradición de ver soviet comunistas por todos lados, atizaba maniobras ilegales contra la Unidad Popular. El dueño de El Mercurio inclinó la balanza a favor de la CIA. Edwards le pidió al embajador americano en Santiago intervención directa para impedir el reconocimiento del triunfo de Allende. Como no obtuvo respuesta satisfactoria viajó a EE.UU. y convenció a Nixon de la necesidad de la intervención, llegando incluso a promover la intervención militar. No se necesitaba mucho esfuerzo para convencer a Nixon de la necesidad de agredir países pequeños, claro está. Para conseguir sus propósitos Edwards fue apadrinado en sus gestiones por Donald Kendall, entonces presidente de la Pepsi Cola. Se entrevistó con Nixon y Kissinger y hasta el propio director de la CIA, Richard Helms. A fin de cuentas Edwards consiguió la radicalización de la voluntad anti allendista de los norteamericanbs lo cual fue útil no sólo a sus propósitos políticos sino también a sus finanzas, pues su diario recibió dólares como por una tubería desde la CIA .

Un chileno promoviendo la intervención militar extranjera en Chile y la violación de su Constitución y sus leyes. ¿Cómo se podría llamar esta conducta? .Hay forma más clara de traicionar a la patria?. Algunos meses después del golpe militar, la reunión comentada se volvería a repetir en suelo americano, allí Agustín Edwards recibiría las congratulaciones del caso y las seguridades del apoyo americano a la dictadura

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