sábado, 18 de abril de 2009

CHILENOS EN LA INDEPENDENCIA DE CUBA



Llevaba pocos meses en La Habana cuando por instrucciones del embajador don Patricio Pozo Ruiz concurrí en representación de la embajada de Chile en Cuba a los actos de homenaje con que se conmemoraban los cien años de la caída en combate del general chileno Pedro Vargas Sotomayor. Era el 6 de Noviembre de 1996, ese caluroso día recibí una de las sorpresas más hermosas de mi vida.

Llegué a las 9.00 de la mañana en punto a la Casa Memorial Salvador Allende la que junto a la Unión de Periodistas y Escritores de Cuba y a la Asamblea del Poder Popular (Municipio) de Bahía Honda organizaban los homenajes.

La Casa Memorial Salvador Allende ocupa una antigua mansión ubicada en calle 13 entre D y E en barrio de El Vedado que en los setenta fue la cancillería de la embajada de Chile. Aún se conserva allí el antiguo escudo de la misión.

Con un calor de Noviembre, que los chilenos sentíamos agobiante, aunque años después entendí que correspondía a un amable otoño cubano, partimos en una caravana de autos y “guaguas”.

En el caminó trabé conversación, cosa tan fácil con los cubanos, con un periodista que era corresponsal de guerra. Me enteré que el chileno homenajeado había llegado a Cuba el año 1895 para la tercera y definitiva guerra de independencia (1895-1898) y que había obtenido el grado de general por méritos alcanzados en combate. Tiempo después pude constatar como el original de dicho nombramiento se encuentra en el Archivo Nacional de Cuba.

Por mi amable interlocutor supe también que el general Vargas Sotomayor no era el único chileno que había combatido por la independencia de Cuba. Había además un grupo de otros compatriotas de Vargas Sotomayor, la mayoría oficiales profesionales de nuestro ejército, que prestaron servicio como voluntarios, con distintos grados y en diversos frentes, en esta última guerra de independencia.

A lo anterior se debía agregar que don Benjamín Vicuña Mackenna había tenido activa colaboración con los revolucionarios cubanos y portorriqueños en la incubación de la primera insurrección independentista; la “guerra grande” (1868-78).

A medida que la “guaguita”, el bus, hacía el trayecto por esa superficie eternamente plana y verde que es la zona occidental de la isla, sólo salpicada por pequeñas lomitas y sus hermosas palmas, mi sorpresa iba en aumento.

Vargas Sotomayor estaba entre laureles en la historia cubana. Ellos pensaban que en idéntica compañía descansaba su memoria en nuestro país. Aunque había algo que los hacía dudar. El gobierno cubano, luego de la independencia otorgó una pensión a los familiares de los caídos, lo asignado a los deudos de un general no era cosa menor. Sin embargo, nunca nadie reclamó la pensión del general “Sotomayor”, como le llaman cubanos.

Cuando llegamos a Bahía Honda a unos 150 kilómetros de La Habana en la occidental provincia de Pinar del Río el calor ya era abrasador. Descendimos en la carretera y emprendimos la marcha de 12 kilómetros hacia el lugar exacto donde había estado ubicado, a un siglo de distancia, el hospital de campaña en que se había producido la desaparición física del general.

Fueron doce kilómetros por unas lomitas levemente ascendentes pero en medio de un sol que quema a la vez que ahoga y con una humedad que hace las cosas aún peores. No pude dejar de pensar en el infierno que debe haber sido batirse en esas condiciones con un enemigo más numeroso y mejor armado. Hicimos un par de paradas para tomar agua y reemprendimos la marcha.

Pequeños “guajiritos” (niños campesinos) con su uniforme escolar, camisas blancas y pañoleta roja al cuello incluida, parecían tener alas en sus pies a la vez que entonaban alegres canciones. No todos estábamos en tan desaprensiva condición, la verdad sea dicha. Pero a fin de cuentas, de las casi ciento cincuenta personas que formábamos la columna nadie abandonó la marcha.

Sorpresivamente llegamos a un lugar que recibimos con la alegría de un beduino un oasis. Es una extensión de unos cuarenta por treinta metros, aproximadamente, rodeada por unos enormes árboles cuyas copas se juntan en la altura los que sumados a otros arboles al interior del perímetro con forma de cráter crean un pequeño microclima que no tiene nada que ver con el calor del exterior. Parece algo hecho por la mano del hombre, pero al parecer fue simplemente una generosa jugarreta de la naturaleza.

En ese espacio que parece tener un aire acondicionado natural los revolucionarios cubanos habían instalado un hospital de campaña y desde allí había partido hacia la inmortalidad nuestro Pedro Vargas Sotomayor, hacía exactamente un siglo.

La columna se ordenó al interior de aquél refugio natural de izquierda a derecha: los pequeños “pioneritos” (estudiantes de preparatoria), dirigentes sociales y políticos, la Unión de Periodistas y Escritores de Cuba, luego los chilenos, un pelotón de milicianos de las Brigadas de Producción y Defensa y por último una escuadra de cadetes de la Escuela Militar Camilo Cienfuegos.

Los cubanos entonaron su himno, luego los chilenos hicimos lo propio con el nuestro. El Presidente de la Asamblea del Poder Popular (Alcalde) de Bahía Honda pronunció un emotivo discurso en honor del homenajeado. A nombre de nuestra Embajada. Agradecí las conceptuosas palabras en honor de mi compatriota y de nuestro país pronunciadas por quienes me habían precedido en el uso de la palabra.

Luego intervinieron otras autoridades, chilenos residentes y un pequeño pionero.

Cerró el acto de homenaje una descarga de fusiles AKA 47 efectuada por el pelotón de la Escuela Militar Camilo Cienfuegos y el destacamento de milicianos.

El camino de vuelta nos llevó a la ciudad de Bahía Honda donde compartimos un almuerzo brindado por las autoridades locales. Allí me confidenciaron que los historiadores locales buscaban encontrar el cuerpo de Vargas Sotomayor. Conseguido el objetivo las autoridades harían un esfuerzo por erigir un monumento en la ciudad al interior del cual alojar sus venerables restos.

Los diarios, las radios y la televisión dieron extenso espacio a la actividad a la vez que dedicaron las más cálidas expresiones para nuestros compatriotas que habían compartido la suerte del pueblo cubano, ofreciendo incluso sus vidas, en los gloriosos y terribles días de las guerras de independencia.

La conmemoración, del cual formaba parte el acto de homenaje en Bahía Honda, se prolongó por un par de días más en La Habana, ahora con un carácter académico, pude allí escuchar las disertaciones muy bien documentadas del periodista y corresponsal de guerra Carlos Castro Sánchez y del historiador René González Barrios. Ambos aportaron novedosos antecedentes y profundas reflexiones. El alma de toda estas actividades fue María Rojas una chilena llegada a esas tierras como consecuencia del exilio al que la dictadura militar envió a tantos chilenos, su incansable actividad hizo revivir a nuestros ilustres compatriotas.

El sistema de correos cubano honró en aquél año a nuestro compatriota con un sello en el que aparece su rostro. Así, vía postal, el homenaje se extendió por toda Cuba.

Con los antecedentes que logré reunir publique un artículo de en el diario chileno “La Nación”, que quizás sea la primera mención que se encuentre del general Vargas Sotomayor en nuestra memoria escrita reciente. Aunque una ruda tijera editorial transformó el artículo en algo irreconocible con el original, por lo menos el nombre y la causa de la gloria de nuestro héroe pudieron conocer las letras de molde de la prensa chilena.

Al año siguiente desde la Embajada de Chile con el invaluable tesón que puso en ello el cónsul Manuel Pavéz Carmona (q.e.p.d.) también realizamos diversas actividades en homenaje al general Pedro Vargas Sotomayor.

En los preparativos de los mismos recibimos una carta en extremo interesante. Un ciudadano cubano, en el otoño de sus días, según el mismo lo decía, nos felicitaba por los homenajes. Además nos señalaba que su abuelo había combatido junto a Pedro Vargas Sotomayor, del que siempre había hecho los más hermosos recuerdos, es más, a la muerte del chileno había quedado en su poder su mandarrita, que el había recibido y la cual que ofrecía mandar a nuestra Embajada, pues dado el tiempo transcurrido y la circunstancias vividas, entendía debía ser esta la legítima poseedora de la misma.

Luego infructuosas consultas a múltiples personas y diccionarios, la incógnita se mantenía. Que sería una mandarrita? Derrotados, le escribimos a nuestro buen amigo, la respuesta llegó con prontitud, la mandarrita era una pequeña herramienta/martillo con el cual se reparaban las armas.

Que debíamos hacer?, recibir la pieza histórica para que quedará en un cajón y alguna secretaria desaprensiva lo remitiera al cubo de desperdicios, y de recibirla; a que museo histórico chileno mandarla?. Pasaron unos funcionarios de nuestra Cancillería a los cuales relaté la situación, uno de ellos de la Dirección de Cultura arrugó la nariz con gesto de incomodidad y cambió el tema de conversación, ellos iban de paseo/misión, en ese orden, a París y Roma y no estaban para ser importunados.

La mandarrita permanece en algún lugar de Pinar del Río donde es valorada como merece, que el valor de los honores no lo determina la opulencia de las edificaciones donde estos se brindan, sino la honestidad y sentimiento de quien los prodiga.

Todo esto fue construyendo en mí el propósito de reunir y relatar en un texto la gesta de estos chilenos internacionalistas.

La investigación en torno a Pedro Vargas Sotomayor me permitió también encontrar a los otros chilenos que participaron en la revolución independentista cubana. La mayoría eran oficiales de nuestro ejército, que participaron en la última guerra (1895-98). Son hombres de un sentido americanista sólidamente consolidado, de una generosidad a toda prueba y que en el campo de batalla cubrieron de laureles el nombre de nuestra patria.

Arturo Lara Dinamarca, fue llamado por sus tropas “El león chileno”, comandaba un regimiento en el teatro de operaciones de la provincia de Matanzas al momento de caer en combate. Por su parte Manuel Marcoleta era comandante de otro regimiento, el "Habana".

La mayoría de estos oficiales del ejército chileno habían combatido por el Presidente Constitucional José Manuel Balmaceda en la mal llamada revolución de 1891 (*).

(*) El presidente constitucional José Manuel Balmaceda se propuso nacionalizar las riquezas naturales salitreras de nuestro país en ese entonces en manos inglesas (1890). Los poderosos intereses afectados desataron la sublevación de la armada que desde Iquique, con ayuda extranjera, incluidos oficiales mercenarios alemanes, organizó un ejército paralelo que derrotó al ejército constitucional.


Pude además reconstruir la entusiasta contribución de Benjamín Vicuña Mackenna a la preparación política y material de la primera insurrección independentista cubana del 10 de Octubre de 1868.

Todo lo anterior me llevó al título que presenta este trabajo “Chilenos en la independencia de Cuba”.

Es un texto histórico escrito con la máxima rigurosidad histórica que el autor se pudo imponer. Nada de lo que se relata carece de fuentes de respaldo.

Se trata de un texto de historia política antes que nada, que dice relación con el desenvolvimiento de una guerra revolucionaria-independentista. Orientó nuestra investigación el poner a la luz de la actualidad el espíritu latinoamericanista de aquellos años, donde el gran omnipresente es Simón Bolívar y su sueño de unidad continental.

No es un libro de estricta historia militar. No pretendemos novedad en el relato de los hechos militares ocurridos en la isla respecto de lo cual la historiografía cubana ha hecho ya, y muy bien, su trabajo.

Un estudio de esta naturaleza podría sacar a la luz no sólo la actuación de los chilenos sino también los conceptos táctico-estratégicos desplegados exitosamente por los revolucionarios y construidos a partir de la percepción de una correlación de fuerzas materiales estratégicamente adversa. Quien quiera algunas ideas de cómo desde lo pequeño se puede derrotar a lo grande tiene en esta guerra una escuela de notable actualidad y utilidad.

La inteligente articulación de lo político y lo militar efectuada por los cubanos en esta confrontación ofrece también lecciones de gran valor.

Con relación a la presencia de chilenos en la última guerra de independencia se acaba de publicar (2007) el texto del teniente coronel cubano René González Barrios “Chile en la independencia de Cuba” es una excelente contribución al estudio del tema. En esa publicación se recogen de manera íntegra las memorias de guerra del combatiente chileno Carlos Dublè que el mismo tituló “En la manigua”, relato directo de su participación en la guerra necesaria (1895-98), un aporte también formidable para el estudio de la historia de América Latina.

Ese libro y el que ustedes tienen en sus manos son complementarios. Nuestro relato se hace desde Chile por ello se recurre a fuentes tales como nuestros diarios de la época, los archivos de nuestra cancillería y las memorias directas de los chilenos participantes como por ejemplo el valiosísimo libro de Vicuña Mackenna sobre su misión diplomática especial en Nueva York, son fuentes que por tener una perspectiva distinta están ausentes en la reconstrucción de González Barrios. El presente libro mira la participación chilena desde Chile.

Un designio extraño y amable parece haber dispuesto que Cuba y Chile los países geográficamente mas distantes de América Latina hayan construido una relación de amistad muy intensa y singular.

La historia de las relaciones entre Chile y Cuba es rica y variada en expresiones.

Gabriela Mistral construyo una especial y rica relación política y literaria con sus pares de la isla. Se conoce su adhesión y solidaridad con el grupo “minorista” en el que participaba el formidable poeta y revolucionario cubano Rubén Martínez Villena, esta también su relación de luz y sombra con la poetisa Dulce María Loynaz, sus notables conferencias en La Habana sobre José Martí, que es de lo muy poco que escribió en prosa. Sobre esto se ha escrito poco y mal.

Una de las obras más importantes del siglo XX sobre nuestra cultura y sistema político “La fronda aristocrática” (1928) de Alberto Edwars, estuvo motivada, según nos relata el propio autor en el prologo, “en unos artículos muy interesantes de don Rafael Maluenda, en que este conocido periodista comentaba la obra de Lamar Schweyer “Biología de la democracia” (1927)”. El cubano Schweyer fue inicialmente parte del grupo minorista y de la protesta de los 13 que le dio origen, aunque después se acercó al dictador Gerardo Machado. Con todo, su obra, muy polémica, abrió un debate político científico muy enjundioso, como queda de manifiesto.

Cuando el 19 de Abril de 1961 tropas provenientes de la derrocada dictadura de Fulgencio Batista, que fueron entrenadas, pertrechadas y dirigidas por la Central de Inteligencia America (CIA), desembarcan en Playa Girón destaca en aquellos combates Jacques Lagás piloto de la naciente fuerza aérea revolucionaria. Hay consenso entre los historiadores militares que la superioridad aérea, tan difícilmente alcanzada, por los defensores de al isla fue fundamental en el desenlace del combate. Lagás era chileno y militaba en el Partido Socialista de Chile. Falleció en su patria natal en 1971, en un accidente aéreo, dejando una notable relación autobiográfica de aquellos días de fuego, “Memorias de una capitán rebelde”.

El 11 de Septiembre de 1973 una feroz dictadura militar se implanto en Chile, muchos debieron partir al exilio. Cuba acogió a miles de esos infortunados compatriotas.

Como se aprecia, este trabajo sólo ocupa un pequeño espacio de una historia de amistad y solidaridad mucho más amplia.

Estas letras que por años se fueron escribiendo, ora en el calor festivo y alegre de la Habana, ora en el frío solitario de Santiago cubren antes que nada una deuda de nuestra historiografía con estos héroes olvidados, cuya gesta heroica es una ofrenda y un mandato a la hermandad de los latinoamericanos de hoy y de los que vendrán. Lo digo con satisfacción, durante los diez años en que fui reconstruyendo el accionar de mis compatriotas cada vez que hacia un nuevo descubrimiento sentía renovado orgullo de ser chileno y latinoamericano.

Durante estos más de diez años el texto inconcluso fue mi equipaje más preciado, aún me recuerdo corrigiendo a lápiz esquemas de trabajo en Plaza San Martín de Buenos Aires. Como quien se abre paso a machetazos en la selva se fue estructurando el relato, un machetazo en un hotel de cinco estrellas en Panamá, uno más en una noche del Pudahuel oscuro y triste de Santiago, varios en el calor alegre y festivo de La Habana.

Entre los avatares de una vida que tiene de todo menos rasgos rutinarios el disquete que contenía el entonces único registro de lo escrito estuvo en una ocasión un par de semanas perdido, pero milagrosamente apareció, el mozo del hotel bonaerense me alcanzó cuando ya ya subía al taxi, que tremenda alegría en el reencuentro, mis compatriotas volvían a la lucha aunque fuera al amparo de tan modesta y descuidada pluma. Sotomayor, vamos de nuevo para la isla le dije a la cassete recuperada, una señora en el febril Ezeiza me miró extrañada.

Porque?, para que se escribe?. Quizás para no morir, tal vez para montar nuestro dominio sobre lo contado y transformarnos en un dios caprichoso del relato, un pequeño dios como lo confesó Vicente Huidobro. O un brote incontenible del espíritu, no lo sé. Este libro se escribió porque el autor sintió como un deber patriótico latinoamericanista el impedir que la gesta heroica de estos chilenos continuara en el olvido.

Cuando pude poner el punto final al texto sentí el alivio de quien salda una deuda gigantesca. Haber sabido de esta gesta gloriosa y no reconstruirla y contarla habría sido para mí tomar distancia de un deber, que no me podía permitir.

No puedo dejar de consignar que este libro fue patrocinado-premiado por el ministerio de Cultura de Chile el año 2007 a través de su Consejo Nacional del Arte y la Cultura.

Creo que aborda un gran y desconocido tema, en todo caso, y con pesar, tengo clara conciencia del estado de la cultura en Chile. En mi patria aún podría contarse con alguna actualidad la anécdota aquella del gran historiador chileno del siglo XIX don Diego Barros Arana le manifiesta a ese venezolano excepcional que fue don Andrés Bello sus aprensiones en torno a su primera publicación histórica y este le responde “publique sin temor, si al final en Chile nadie lee nada”.

Vendrá otro Chile, alguna vez.

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