El
11 de Abril de 2002 militares y empresarios
venezolanos con la infaltable participación norteamericana arrestaron al presidente constitucional de
Venezuela Hugo Chávez y en su lugar impusieron ilegalmente al empresario Pedro
Carmona, quien juro por si y ante si, con un grupo de militares a sus espaldas,
la presidencia que “asumía”.
El
gobierno chileno emitió una declaración respaldando el golpe en la cual se lee “El
gobierno de Chile lamenta que la conducción del gobierno venezolano haya
llevado a la alteración de la institucionalidad democrática, con un alto costo
de vidas humanas y heridos, violentando la Carta Democrática Interamericana a
través de esta crisis de gobernabilidad”.
El
ex presidente Ricardo Lagos ha dicho que esta declaración – absolutamente
vergonzosa a estas alturas - fue cosa del embajador chileno en Caracas Marcos
Alvarez y este ha dicho que su antiguo compañero de estudios miente y que el anunció que la embajada estaba abierta
a todo el mundo que pidiera eventualmente asilo.
Creo
fundadamente que ambos mienten en provecho propio.
Este
golpe fue la culminación de una serie de maniobras de una estrategia clásica
contra los gobiernos populares en Latinoamérica. Primero se recurre al desorden
social, terrorismo incluido, luego con los medios de prensa dispuestos, que son
siempre propiedad oligárquica, se acusa al gobierno y por último las fuerzas
armadas intervienen en “defensa de la patria y la democracia en peligro”. Esto
es libreto conocido y ha sido el mecanismo que ha permitido las más salvajes
dictaduras y las peores violaciones a los Derechos Humanos, los chilenos lo
sabemos en carne propia.
En
las maniobras previas, que incluían el desprestigio internacional del gobierno venezolano
a derrocar, tuvo destacada participación el partido democratacristiano chileno
con antiguos y lucrativos vínculos con la clase política corrupta de Venezuela,
enemiga acérrima de la revolución bolivariana.
Por
esos días yo era un dirigente del partido socialista y esperaba la inmediata
condena al golpe militar. En busca de informaciones me dirigí a la cancillería
chilena para la cual había trabajado hasta hace muy poco tiempo. Un funcionario,
hombre de convicciones democráticas, me mostró el mensaje enviado de Caracas
por el embajador Alvarez en este se señalaba que había dado el día libre al personal y cerrado con cadenas la embajada, para que
ningún chavista osara o tuviera ante quien pedir asilo. Pedía instrucciones
sobre que hacer si acudía Vicente Rangel que estaba casado con chilena. Quede helado pues el embajador Alvarez había
sido también un exiliado. La condición humana me dije.
Estábamos
en eso, cuando sale la canciller Soledad Alvear y en la entrada principal de la
entonces Cancillería ante numerosos periodista lee la infame declaración ya
reproducida en parte.
Esa
declaración fue leída también por el embajador Álvarez en Caracas. La
declaración obviamente no la redactó ni la autorizó el embajador sino sus jefes
Alvear y Lagos, por supuesto. Una cosa tan relevante no la resuelve un
embajador, pero Álvarez que ya sabía, cuando menos, del apoyo al golpe – esto es lo que explica el
cierre de la embajada sin autorización de Santiago - concordaba plenamente con
sus jefes en respaldar la dictadura, necesariamente sangrienta, que se estaba
imponiendo.
Me
encargué personalmente de hacer saber a los medios de prensa la actitud inconcebible
para un gobierno democrático de cerrar las puertas a eventuales exiliados. Esto
causó sorpresa e indignación en los medios democráticos.
El
contragolpe ciudadano y militar que restableció a Chávez y la democracia en Venezuela
al día siguiente hizo ya insostenible la permanencia de Álvarez en Caracas. No
lo sacaron por respeto a la democracia venezolana sino porque su permanencia
era casi una provocación. La poco decorosa actitud de Alvarez que le pidió, y
se la dieron, una reunión para
despedirse y disculparse de Chavez sólo demuestra la poca consideración del
embajador con su propia dignidad y la caballerosidad extrema del presidente
venezolano, mucha más de la que su interlocutor merecía.
Asistí
a la reunión habitual de la comisión de relaciones internacionales del PS y expresé
allí mi malestar por un gobierno, que era el nuestro, que justificaba golpes de estado. El
presidente de la Comisiòn Luis Maira me respondió enfurecido y llegó incluso a
conminarme a salir de la sala, de haber visto viabilidad en la agresión física
la habría intentado, sólo la
intervención moderadora de Carolina Rossetti
le hizo recuperar la calma y las formas. Luego se desahogó con diatribas
al kichnerismo argentino que señaló como otra muestra del populismo.
Años
después Maira le rogaría a Piñera, terminado el gobierno de la
concertación, seguir como embajador suyo
en Buenos Aires, pero esa es otra historia.
En
todo caso, las groserías de este profesional de la política me dejaron en claro
que el golpe de estado en Venezuela era respaldado por toda la cúpula concertacionista, la cual ya
bailaba, sin rubor alguno, a los ritmos
de su tan admirado Estados Unidos de Norteamérica.
ROBERTO
AVILA TOLEDO
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